
El pensador griego parte distinguiendo entre los tipos de amistad: la amistad por interés, la amistad por placer y la verdadera amistad. Los dos primeros modos suelen ser pasajeros, puesto que la amistad se acaba cuando cesa el interés o el placer. En ambos casos, la amistad es sólo por accidente, "puesto que no se quiere al amigo por ser quien es, sino porque procura en un caso utilidad y en otro placer".
Sin embargo, la verdadera amistad o amistad perfecta es aquella fundada en la virtud: cuando se quiere al amigo no porque "nos sirva" o nos reporte algún tipo de beneficio, sino por ser quien es. ¿Por qué debe ser fundada en la virtud? Porque se quiere lo bueno, y los hombres virtuosos son hombres buenos. Para Aristóteles, la misma amistad es una virtud o "al menos- va acompañada de virtud. Por ello es que la verdadera amistad es permanente: "la amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud: porque éstos quieren el bien el uno del otro en cuanto son buenos (...) de modo que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es una cosa permanente (...) es razonable que una cosa así sea permanente". La verdadera amistad, para Aristóteles, es aquella fundada en la virtud, y es ésta la que más posibilidades tiene de permanecer. En efecto, cuando dos amigos son viciosos, no es extraño que entre ellos "más tarde o más temprano" surja la deslealtad o el engaño: la virtud lo impide. Esto no significa, desde luego, que para tener verdaderos amigos debamos ser absolutamente virtuosos, ya que sería imposible; más bien de lo que se trata es de que la amistad debe ir acompañada de algunas virtudes (digamos, por ejemplo, la lealtad o la sinceridad). Y mientras más virtudes estén presentes, más perfecta será la amistad. Por lo demás, entre los amigos, la virtud, si se acepta el término, se retroalimenta, crece. Los buenos son más buenos cuando se juntan con los buenos. Por otro lado, la maldad crece entre los malos. De ahí el viejo refrán, "dime con quién andas, y te diré quién eres".